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Buscando el azul perfecto

Es poco común comer algo azul. La naturaleza, llena de colores, ofrece pocos pigmentos naturales en esos tonos; por otro lado, se busca que los procesos para la creación de nuevos colorantes sean sustentables.

Por: Soledad Toledo, periodista VRID UdeC / lucabrer@udec.cl  | Imágenes: Agradecimientos a Coloris Biotech

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Lo primero que nos invita a consumir un alimento es su color. Preferimos la comida con tonos brillantes e intensos, pues sugiere frescura y calidad. Por esto, la industria tiene la necesidad de encontrar colorantes que hagan llamativos sus productos, optando durante años por colorantes sintéticos, que ofrecían ventajas frente a los tintes naturales, como bajos costos y resistencia a las temperaturas y pHs que se utilizan para pasteurizar los alimentos. 

Sin embargo, colorantes artificiales, como el azul brillante, el rojo allura y el amarillo crepúsculo, han sido retirados y prohibidos en varios países, y hoy grandes empresas han levantado desafíos internacionales buscando formulaciones para reemplazar estos aditivos por alternativas naturales, que sean además soluciones sustentables. 

Y es que es todo un reto obtener colorantes azules naturales. “De ahí viene el dicho el que quiere celeste, que le cueste”, dice sonriendo el Dr. Jorge Dagnino Leone. “Es un pigmento muy costoso. Los faraones ya lo usaban, pero de lapislázuli, es decir, se obtenía de fuentes minerales”.  

Durante su doctorado, Dagnino analizó las proteínas asociadas a los pigmentos de las algas rojas, en particular una proteína escasa: la aloficocianina. En el laboratorio logró aislarla y replicarla en bacterias, y así encontró una forma nueva para obtener tintes azules, rojos y su mezcla. “Las algas producen un pigmento azul, como un componente accesorio a la fotosíntesis. Entonces, si faltan colores azules naturales, y tenemos la capacidad de hacerlos, y podemos producirlos más rápido que las fuentes actuales, había que ver cómo aprovecharlo”.  

El Dr. Dagnino se unió al Grupo Interdisciplinario de Biotecnología Marina (GIBMAR), dirigido por el Dr. Cristian Agurto Muñoz, académico de la Facultad de Farmacia y del Centro de Biotecnología de la Universidad de Concepción. Este equipo ha avanzado en el desarrollo de varias tecnologías relacionadas con el uso de algas. “La tecnología de colorantes tiene varios años de desarrollo, y todavía estamos en ello”, explica el Dr. Agurto, pero aclara: “lo que queda por resolver ya no es el desafío tecnológico, sino que tiene que ver con el escalamiento industrial, con normas y regulaciones definidas en Chile y en el extranjero, y que tienen un tiempo de avance establecido”.  

Para la siguiente etapa ya no bastaba el laboratorio, ¿cómo entonces dar el paso para llevar esta tecnología al mercado? 

Apostar por romper esquemas 

Esta innovación implica un cambio en el paradigma de cómo se fabrican los colorantes. Muriel Sandoval Latif, gestora de la Oficina de Transferencia y Licenciamiento (OTL UdeC), relata: “Cuesta que una empresa asuma el riesgo de tomar una tecnología que está en un nivel piloto o de laboratorio, y que se quiera hacer todo el recorrido hasta llegar al mercado. Así es que le sugerí al profesor Agurto que formara una spinoff para que ellos mismos pudieran madurarla y escalarla, porque tienen las capacidades para hacerlo”. 

El Dr. Agurto explica el avance hacia esta nueva etapa: “Un elemento crucial para atrevernos es tener la convicción de que estas tecnologías tienen un valor, un impacto económico y social. Son desarrollos que están respaldados por proyectos de investigación, que han ido madurando y que hoy vemos que solucionan un problema real”.  

Otro elemento es el apoyo de la Universidad de Concepción que, a partir de 2019 con el Reglamento de Empresas de Base Tecnológica, da impulso a este tipo de emprendimientos basados en tecnologías desarrolladas por académicas y académicos UdeC. Y, apunta Agurto, otra clave es el espíritu que comparte el equipo: “Hay un denominador común en nosotros, que tiene que ver con asumir el riesgo y avanzar, esto es esencial para tomar este tipo de decisiones”.  

Así, el 2022 nace Coloris Biotech. Esto les permitió postular a proyectos como el Start Up Ciencia y Semilla Corfo. “Con estos fondos, avanzamos de un TRL* 2 al 5, resolviendo varios desafíos técnicos, y por otro lado también hemos avanzado en el tema comercial y normativo, siguiendo estos tres caminos para no irnos quedando en ningún ámbito”, comenta Muriel.  

En 2024 se adjudicaron un nuevo Start Up Ciencia, que permitirá escalar volúmenes de producción, optimizar costos, lograr que el colorante sea rentable. “Sabemos que resulta, lo que buscamos es que sea un color más intenso, mejorar su formulación. Estamos trabajando con personas del área de alimentos, para ofrecer un color azul que pueda usarse en cócteles con alcohol, bebidas isotónicas y aguas funcionales”.  

Es un largo camino, en donde el equipo detrás de Coloris ha aprendido que es necesario sintonizar con las necesidades reales de las empresas para que las tecnologías puedan ser adoptadas. Una ruta que el Dr. Agurto sintetiza: “Soñar, crear, perseverar, tener un propósito y lograr un desarrollo estratégico”. 

* TRL: “Technological Readiness Level”, o nivel de madurez tecnológica, es un concepto desarrollado por la NASA para identificar el estado de avance de una tecnología, utilizando una escala de 1 a 9, que va desde los principios básicos y conceptuales hasta la implementación en condiciones reales de la nueva tecnología.  

Last modified: 5 de septiembre de 2024
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